martes, abril 05, 2011

Los Inmortales (1986)

Los Inmortales (The Highlander) se estrenó a mediados de una década en la que creatividad, comercialidad y calidad se fundían en un sólido abrazo. Siguiendo la senda de George Lucas y Steven Spielberg, muchos directores y guionistas probaron suerte en el género fantástico, con resultados irregulares.

Con un presupuesto de 16 millones de dólares, y dirigida por el novato Russel Mulcahy (que venía de la publicidad y el videoclip), The Highlander tenía a su favor una banda sonora compuesta - parcialmente - por Queen y la presencia de una estrella de la talla de Sean Connery. La cosa no pintaba mal, y en efecto, su éxito posterior dio lugar a una franquicia que explotó el mito durante cuatro películas, una serie de televisión y algún videojuego.



No se trata de una película demasiado original; de hecho es una de las muchas revisiones del mito iniciático del héroe, su maduración, su aprendizaje y su gesta o combate final. Un escocés llamado Connor McLeod perteneciente a una rara estirpe prácticamente invencible - tan solo mueren si son decapitados - debe enfrentarse al último de sus oponentes, un sanguinario y brutal guerrero Kurgan para librar al mundo de una nueva era de oscuridad, y así obtener lo que llaman El Premio (cuyo significado conoceremos al final). Quiero creer que la película funciona tan bien debido precisamente a esta trama universal que se remonta la epopeya clásica.

Los atractivos no son pocos, y en general, la película resiste sorprendentemente bien el paso del tiempo. Ya hemos mencionado una historia universal que funciona a varios niveles; añadamos al cóctel una bellísima fotografía de Gerry Fisher y un cuidado diseño de producción de Allan Cameron. El responsable del vestuario es James Acheson (Spiderman) en lo que se me antoja un trabajo precursor del realizado años después para Baveheart (antes de Los Inmortales, las faldas a cuadros escocesas lucían extrañamente coloridas e impolutas incluso en el campo de batalla).

No menos atractiva es la presencia de Connery, encarnando la aquetípica figura del maestro, quien dice trabajar al servicio del rey Carlos V de España y llamarse Juan Ramírez Sánchez Villalobos (muy español, sin duda). Connery fue la primera elección para interpretar a Connor McLeod, pero por su edad, le fue atribuído el personaje de Ramírez, recayendo el papel principal en un soso Christopher Lambert, quien no tiene nada que hacer, interpretativamente hablando, al lado de su - en todos los sentidos - maestro.

Había química, no obstante, entre aquel francés interpretando a un escocés, y el escocés que interpretaba a un español, y la película alcanza sus mayores cotas de emoción en la hermosa (aunque manida) secuencia del adiestramiento, rodada en el imponente paisaje natural de las Tierras Altas de Escocia y aderezada con una épica partitura de Michael Kamen.

Desgraciadamente, Los Inmortales pronto incurre en ciertos ochentismos de la peor calaña, siendo lo más decepcionante algunas secuencias que transcurren en la actualidad (en los ochenta, vamos). El a priori emblemático paisaje de Nueva York es retratado sin el menor rastro de su grandeza (bien podría tratarse de Chicago o Detroit), y es en esta ciudad impersonal dónde la última parte del film se alarga hasta el aburrimiento, incluyendo una absurda secuencia con el Kurgan conduciendo temerariamente y provocando varios accidentes automovilísticos.

El Kurgan (Clancy Brown) es el personaje peor tratado de la película, quedando reducido a un esperpento cyberpunk sin una motivación real. Con todo, la escena de la catedral es tan delirante y absurda que es imposible no soltar una tímida sonrisa de complicidad.

Sin embargo, el conjunto es notablemente superior a la media de las pelis de aventuras que superpoblaron las salas de cine durante los años ochenta. Hay unas transiciones visuales genialmente elaboradas para las elipsis narrativas; un pulcro diseño de producción y algunos momentos en que la historia nos cautiva por completo. La arrebatadora presencia de Sean Connery eleva cualquiera de sus escenas a una dimensión superior, haciendo creíbles las parrafadas épicas que el guionista Gregory Widen puso en su boca.

Estamos al fin y al cabo ante un guión sólido y sin fisuras, que como el de Star Wars; A New Hope está reducido a la esencia del storytelling sin resultar pretencioso y cumpliendo con la espectativa del puro entretenimiento, sin ser por ello deleznable o superficial.

¡Sólo puede quedar uno!

1 comentario:

quiqsummers dijo...

Grandisima, sublime pelicula, que sin la música de Queen no habría sido lo mismo. Quien quiere vivir para siempre cuando el amor debe morir??